Se descubrió que estos gases actúan sobre la capa del otro gas presente en la atmosfera y que sirve como filtro de las radiaciones
El hombre elabora una serie de sustancias que por un lado lo benefician en practicidad y protección y por otro lo perjudican porque muchas veces destruyen el ambiente que los rodea.
Tal es el caso de los aerosoles que contienen cloro-cluorocarbonos (CFC), gases empleados, en este caso como medio de propulsión, y además en equipos de refrigeración. En 1974 se descubrió que estos gases actúan sobre la capa del otro gas presente en la atmosfera y que sirve como filtro de las radiaciones ultravioletas del sol, peligrosas para la vida terrestre: el ozono.
En la atmosfera, cada átomo de cloro de los CFC, liberado por los aerosoles, se combina con una molécula de ozono y produce un compuesto intermedio que posteriormente reacciona con un átomo de oxígeno para dejar libre el átomo de cloro inicial.
Este se vuelve a combinar con otra molécula de ozono y así se genera una reacción en cadena, de este modo el uso de los CFC debilitan la capa de ozono provocando entre otros daños cáncer de piel, trastornos inmunológicos y problemas visuales.
En la actualidad los CFC se están reemplazando por los compuestos HCFC, veinte veces menos nocivos que los anteriores.