Confesión de un vicioso anónimo

Tengo casi cincuenta años y desde hace rato (digamos 20 años) he comenzado a ser consecuente con mis vicios, tengo tantos que puedo catalogarlos y aunque evito cualquier cosa que me genere dependencia se hace complicado hacerlo, ciertamente con los años uno logra cierto control, así he dejado el alcohol , bueno, en estos tiempos es una decisión salvadora porque el único licor que mi sueldo puede pagar sin condenarme a una quincena sin cosas de comer sería fatal para mi hígado y quien sabe que más, ya bastante tengo con el café y los cigarrillos  que son costosos pero es lo único que me puedo permitir, una mañana sin un café tinto acompañado de tabaco hace más miserable la vida, con respecto a otras drogas igualmente las evito, no por mojigatería ni siquiera por algún resto de moralina que sobre por ahí, es que el sueldo tampoco alcanza para ciertos gustos, ya ni siquiera se pueden andar enamorando señoras por aquello del vicio de los besos pues la gracia fácil te deja sin comer por más de un mes , ningún gusto efímero por muy excitante que sea vale eso de condenarse a no comer.

Como ya tengo cierta edad no me avergüenza ninguno de mis vicios que por supuesto hacen más llevadero el día, sobre todo en estos tiempos de pandemia. No caigo en esas trampas de la buena salud que dicen que nada de lo placentero es bueno, que para eso dios inventó el autoflagelamiento para que los hedonistas se sientan mal, al parecer la nueva ola reza que debes sentirte miserable para estar bien, perdón, igual la vida se te va y el cáncer es una rifa que bien te puedes ganar así comas como conejo, duermas como monje budista y tu cuerpo sea un templo Zen dedicado a la conservación de los átomos libres de cuanta cosa tan nociva como placentera se atraviese en el camino. El único vicio que mantengo callado, del que me niego a conversar con casi todo el mundo pues tengo la mala (o buena uno nunca sabe) suerte de no tener a mi alrededor gente con quien discutir el resultado de las largas sesiones que le dedico a esta licencia secreta e intensa a la que me someto todos los días.

La parte amarga es que toca tomar atajos piratas para poder acceder a ellos, mi sueldo se iría en apenas unas horas de disfrute casi onanista  y para llegar a sentirme satisfecho debería gastar el equivalente a un par de años de sueldo cada mes , aun así no creo que mi vicio pueda sostenerse, es una de esas cosas que si perteneciese a la clase media colombiana me podría dar con cierta holgura, pero todavía sentiría que siempre estoy por debajo de lo que desearía consumir, sobre todo porque en otros países la oferta es legal e inmensa, consigues de todo y lo que no tienen pues hay gentes que te lo consiguen cobrando comisiones que no desangraran el ingreso, podría ser un consumidor exagerado, en estos tiempos de cuarentenas se puede uno dar el lujo de aislarse y como este vicio además se deja colar con mis otras debilidades hedonistas tanto mejor, que con el añadido de no tener que recibir ni dar visitas puedo darme el lujo de estar aislado por horas, dedicándole a mi vicio un tiempo que en otras condiciones sería complicado dar.

Sé que no estoy solo, que muchos también se dedican en cuerpo y alma a consumir lo mismo que yo, en distintas densidades y presentaciones, también estoy claro que solo unos pocos tienen el privilegio de poder compartir su experiencia con cierto aforo que aplaudirá cada vez que quieran comentar el cumulo de sensaciones que le ha generado cada dosis. Existen los que consumen las novedades, otros las buscan en los callejones donde toca siempre regatear precios que por lo general son exagerados pues en esos sitios la mercancía nunca está en óptimas condiciones, pero imagino que esos comerciantes deben hacer el esfuerzo por sacar el máximo provecho de algo que se ha vuelto más exquisito cada día.

No hablo de drogas duras ni blandas, tampoco son vicios ilegales, estoy haciendo referencia a la lectura, leer es un placer casi culposo en estos tiempos de Netflix , Amazon Prime o cualquier otra de esas plataformas de entretenimiento simple que están tan a mano de tantos hoy día, con el agravante de que a veces toca hasta incordiar a los comemierdas que por leer a Pablo Coelho, George R. Martin o Stephanie Mayer se sienten al mismo nivel intelectual del Maestro Uslar Pietri (cosa casi imposible para la mayoría de los mortales, incluyéndome por supuesto) , lo más grave del caso es no tener con quien discutir de eso, digamos que uno llega a su oficina y dice; hoy he terminado de leer “Tiempos Recios” de Don Mario Vargas Llosa, la mayoría te verán con cara de póker sin saber de qué hablas y algún bobo quizás dirá, yo no leo a ese señor porque es de derechas , quizás alguna compañera de trabajo te mirará con cierto sopor y dirá ¿tú lees?, a mí me da fastidio, no tengo tiempo, en ese caso me sonrío , sobre todo porque seguramente la fulana será de las que vive jugando solitario en su pc seis de las ocho horas de trabajo, las otras dos las gasta entre la cafetería y el almuerzo, los compañeros por otra parte dirán algo similar con un comentario sobre el juego que viene o la final de cualquier deporte, si acaso hay algún lector (a) quizás salgan con las sombras de grey como la máxima expresión del erotismo literario. Entre las tipologías detestables están también esos extraños especímenes que entre la orgullosa ignorancia de los televidentes asiduos, se sienten estrellas del intelecto a fuerza de resúmenes vía Wikipedia.

Cada vez que leo algo interesante toca callarlo, me siento casi como el pornofilo de la tercera edad que prefiere callar su muy vulgar vicio antes que experimentar la estampida de la concurrencia ante la incómoda confesión, casi es preferible comentar al aforo cotidiano cuan interesante es la música de Lila Morillo, por lo menos eso si acaso dejará alguna expresión horrorizada pero en estos tiempos parece más normal que ser fanático de la (buena) lectura, quizás en algún momento , cuando tenga tiempo y fondos funde una sucursal de “lectores anónimos” , así a lo mejor encuentre aforos interesantes donde comentar lo leído con gente a la que realmente le interese, sin la molestia de la academia ni la ofensa de los homovidens.

José Ramón Briceño

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