Amor de Dios Padre, manifestado visiblemente en Jesús

Jesús realiza el gran deseo del Padre por ser un amor que congrega, que reúne a los hermanos dispersos en una familia de hijos

Algunas reflexiones sobre la cuaresma

Amor de Dios Padre, manifestado visiblemente en Jesús

En estos días santos celebramos el amor entrañable de Jesús a sus discípulos. Con gestos evidentes nos muestra el auténtico rostro de Dios, el verdadero rostro del ser humano y cómo ha de ser “el ser” y “el actuar” de la Gente de Dios. Nos revela a un Dios Padre y Madre, que ama apasionadamente al hombre con sus contradicciones y miserias. A la vez, Jesús nos enseña cómo debe ser y actuar la comunidad: Ha de hacer visible el rostro de Dios a los hombres y mujeres amándoles, sintiéndose solidaria y defendiendo a las víctimas de la injusticia humana.

El amor de Jesús realiza el gran deseo del Padre por ser un amor que congrega, que reúne a los hermanos dispersos en una familia de hijos y de hermanos. Su signo más expresivo será la “mesa compartida”. Es también un amor que dignifica al ser humano como persona y como ser social al ser un amor que no excluye a nadie.

Este amor de Dios Padre, manifestado visiblemente en Jesús, es también una tarea: “Os doy un Mandamiento Nuevo: amaos unos a otros”. Jesús con este mandamiento del amor les da el fundamento de su nueva comunidad: “En eso conocerán que sois discípulos míos, en que os améis unos a otros.”

¿Dónde está el Señor hay libertad?

Jesús celebra una cena de despedida como anticipo del banquete final en el Reino. En ella nos dio las pruebas definitivas de su amor. Nos enseñó a amar hasta el extremo, y hasta la entrega más generosa. Nos lo dio todo.
Jesús, como buen judío, había celebrado muchas veces la pascua recordando la liberación de su pueblo esclavo en Egipto. Fue el Señor quien lo liberó porque donde está el Señor hay libertad.
En la cena de despedida, Jesús, reunido con sus discípulos, celebra una vez más la Pascua. No faltó el cordero, el pan y el vino, pero, con un contenido nuevo que supera el anterior. Ahora se recuerda el amor de Cristo hasta la muerte y su paso victorioso hasta la Vida.

Gestos elocuentes de su entrega:

Institución de la Eucaristía

Jesús repite el gesto que todos conocen: Toma el pan, pronuncia una bendición a Dios, lo rompe y lo distribuye, como tantas veces lo había hecho, pero, esta noche, mientras lo reparte pronuncia esta afirmación: “Esto es mi cuerpo”. En otras ocasiones, al final de la cena, Jesús daba gracias alzando la copa de vino, pero, esta noche, sublima el gesto y todos beben de una misma copa mientras Jesús les dice: “ésta es la Nueva Alianza sellada con mi sangre”.

Con estos gestos Jesús resume su servicio al Reino de Dios y su entrega total. Los seguidores de Jesús no quedan huérfanos. La muerte no puede romper la unión con Él. Él estará siempre con nosotros.

La institución de la Eucaristía es el gesto más importante realizado por Jesús en esta noche. Es el Sacramento central de la fe y de la experiencia cristiana.

Lavatorio de los pies

Jesús, con el gesto del lavatorio de los pies, nos enseña cual debe ser el estilo de su comunidad: la igualdad y la libertad como fruto del amor mutuo. Quien no acepta este rasgo distintivo queda excluido de la unión con Jesús.

lavatorio de los pies, nos enseña cual debe ser el estilo de su comunidad:

Jesús, al hacerse servidor, manifiesta su grandeza de muy distinta manera a como acontece en nuestra sociedad. Su amor y su servicio crean las condiciones de igualdad y de libertad entre los seres humanos. En la comunidad de Jesús todos serán señores porque todos serán servidores. Las diferencias de funciones no justifican superioridad alguna ni pueden enturbiar la relación de hermanos, pues todos somos hijos del mismo Padre. Jesús, al lavarles los pies, y al compartir la cena con sus discípulos, ha mostrado su amor, un amor que no excluye a nadie, ni siquiera al que lo iba a entregar.

En nuestro mundo, donde se dan escandalosas desigualdades, donde tener es, muchas veces, más importante que ser, la actitud de Jesús nos enseña que ni el deseo de hacer bien justifica el ponerse por encima de los demás. Jesús se arrodilla ante los pies endurecidos de los suyos y nos enseña la manera de estar ante las debilidades, los defectos e incluso los fallos de nuestros hermanos: arrodillados para comprenderlos, lavarlos y ayudarles a continuar caminando.
“El que quiera ser grande entre vosotros, que sea el servidor de todos.”

Haced esto en memoria mía

No falta quien piensa que el mandato del Jesús: “Haced esto en memoria mía” se refiere únicamente a la celebración de la Eucaristía, pero posiblemente abarca todo el contexto de la cena. También el lavatorio de los pies.

En la Eucaristía renovamos la memoria de la muerte de Jesús y nos vinculamos a ella. Jesús, al lavar los pies, nos muestra una actitud de servicio y nosotros estamos llamados a tener esa misma actitud en memoria suya. Si la Eucaristía actualiza el gesto de amor y entrega de Jesús con el signo de compartir el pan y el vino, nuestra actitud al celebrar la Eucaristía debe ser la de celebrar el amor mutuo compartiendo lo nuestro con los demás. Eucaristía, Comunidad y amor son inseparables.

Si nos amamos y hacemos lo que Él hizo, perpetuamos su presencia entre nosotros y seremos signos creíbles. Los otros conocerán que somos de los suyos.

Imposible olvidar a Jesús, hablando un día con sus discípulos sobre su muerte que intuía próxima, les dijo: “Cuando sea levantado hacia lo alto, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). Y, en otro momento de la Pasión, se nos dice también: “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37).


Desde aquel primer Viernes Santo, todas las miradas se han seguido dirigiendo hacia el traspasado, al celebrarlo y recordarlo. Todas las miradas de todos los creyentes y seguidores de Jesús. Y no sólo ellos, también agnósticos y practicantes de otras religiones. Basta ser humanos, ser sensibles, para que un hecho como aquél, interpele y dirija la mirada y el corazón hacia él.

Las miradas hacia el misterio existieron y existen. Pero no todas fueron iguales y tampoco lo son en la actualidad. Las hubo entonces y las sigue habiendo de pura curiosidad. No importa que la escena esté teñida de sangre, interesa el espectáculo. Las hubo y las hay, hoy más que en otros momentos de la historia, de frivolidad. Miradas poco serias, a veces mezcladas de burla y desprecio. Junto a ellas, también nos consta que hubo miradas de condolencia, como las de las piadosas mujeres de entonces y de después. Y de arrepentimiento, como la del buen ladrón. O llenas de fe, como la del Centurión. Y de respeto y cariño, como la de Juan, Nicodemo, José de Arimatea, María Magdalena y las otras mujeres. Me pregunto cuál es la mía y, con honradez y respeto, te sugiero te preguntes sobre la tuya.

Mons. Gabriel Henríquez
Sacerdote anglicano

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